OPINIÓN
Osvaldo Parra Ponce
Director Editorial
Tuvieron que pasar 212 años, desde el grito de independencia en el año 1810, cuando este territorio nacional comenzó a designar presidentes de la República, iniciando con José Miguel Pey y José Tadeo Lozano, y pasando por Simón Bolívar en 1819, para que Colombia tuviera un régimen diferente, un gobierno de izquierda.
Desde aquella época hasta hoy han pasado notables, estrategas políticos, militares, dictadores, conservadores, liberales, recientemente de otras corrientes como La U y el Centro Democrático, periodo de la historia donde el centro, y en los últimos veinte años la extrema derecha, han gobernado a Colombia llevando a los ciudadanos a tener el país que tenemos (Cada quien saca sus propias conclusiones), negando en las urnas la posibilidad a los movimientos de la izquierda de llegar al poder.
Hoy, en el 2022, cuando la tendencia socialista se ha tomado el continente latinoamericano, le llegó la hora a Colombia de hacer un cambio de tercio en el modo de pensar el país y de dirigir sus destinos.
Este siete de agosto, tomó posesión como nuevo Presidente de la República, Gustavo Petro, un economista de profesión, formado intelectual e ideológicamente en los movimientos de izquierda de Colombia, siendo uno de los ideólogos del otrora grupo guerrillero M-19, pero quien después de la desmovilización de esta guerrilla retornó a la vida civil, ingresó exitosamente a la política llegando al Congreso de la República, convirtiéndose en uno de los líderes más influyentes en la última década.
Después de varios intentos, Petro alcanzó en junio pasado las mayorías en las urnas, cuya democracia hoy lo tiene morando el Palacio de Nariño y al frente del rumbo de Colombia, todo esto, en medio de un país que sigue polarizado entre derecha e izquierda, que sigue dividido entre buenos y malos, sin saber quiénes son los buenos o quiénes son los malos; con férreas oposiciones, que caprichosamente, independientemente del bando, se han opuesto a un cambio social efectivo para todos.
Bajo este ambiente político, por demás hostil y hasta peligroso para el equilibrio de la democracia, hoy se mueve el país con un nuevo presidente, cuyas propuestas de gobierno no terminaron de convencer a todos los colombianos, generando polémicas que aún continúan en medio de las discusiones malolientes que se perciben en las redes sociales.
Llega Petro a la Presidencia con un país dividido por el pensamiento político; con familias enemistadas, por defender y atacar las ideas; con amistades perdidas, por la intolerancia que cercenó la capacidad de diálogo y respeto por el pensamiento del otro; y con puntos de vista de país que parecieran irreconciliables. Y es aquí, precisamente, el gran reto que tiene el nuevo mandatario.
La democracia se jugó sus cartas y comienza un nuevo modelo de gobierno visualizado por miradas de la izquierda, que a muchos asusta, pero que, a la gran mayoría de los colombianos, inclusive hasta los mismos seguidores petristas, los tiene a la expectativa sobre lo que va a pasar con esta patria.
Entra el Presidente con un país que económicamente, así el gobierno saliente diga lo contrario, está sumido en un caos con unos índices de inflación que no se veían en más de dos décadas; con un desempleo galopante; con un dólar que está ahorcando las finanzas; con una inseguridad en las calles que horroriza a los colombianos; con una guerra con los grupos armados ilegales, cuyo terrorismo de los últimos días nos connota que la estamos perdiendo; con una corrupción que ha llegado a niveles inimaginables, donde literalmente los bandidos de cuello blanco y otros de poca monta se están robando a manotadas los recursos de los empobrecidos colombianos; pero sobre todo, con una desconfianza y una pérdida de credibilidad en las instituciones del Estado y a todo lo que huela a políticos y lo público, todo esto, sin contar con las problemáticas sociales que viven todos los frentes ciudadanos y sociales del país, entre ellos, la flagrante y cada vez más creciente vulneración de los derechos humanos, que al igual que la delincuencia, pierden su batalla ante la inoperancia y la justicia de bolsillo que tiene la Colombia de hoy.
Con un panorama poco alentador para un Presidente entrante, pero con muchas bondades e insumos para hacer una gran Nación, comienza esta nueva era, en la que los colombianos esperamos verdaderos cambios coyunturales que mejoren nuestras condiciones y calidades de vida, y que ese pacto histórico sellado con los ciudadanos, colme las expectativas de sus seguidores, silencie las voces apocalípticas de sus detractores, para que al final el gran ganador sea el país.
¡Dios salve al Presidente!… Y también salve a Colombia.






